¡Estamos de vuelta! Poco a poco, la rutina asoma y no dejo de pensar en el buen recuerdo que me ha dejado el viaje a Islandia en familia. El vikingo ha estado cerca de sus raíces y debo decir que ha estado encantado. Además, justo antes de ir había empezado a dar sus primeros pasos y allí acabó de arrancarse definitivamente. Y lo que, supongo, querréis saber: sí, lo confirmo empíricamente: Islandia es un país pensado para que los niños estén cómodos. Nada más aterrizar en el aeropuerto, los cochecitos de bebé que puedes tomar prestados como si fuesen los carritos de las maletas ya anuncian que algo es diferente.
Nuestras vacaciones han sido tranquilas en general, pero hemos tratado de hacer excursiones de ida y vuelta en el día, tomando Reikiavik como base. Esta es mi selección de los sitios que hemos visitado, dentro y fuera de la capital. La mayoría son perfectos para ir con niños pequeños, aunque veréis que en alguno nos hemos llevado sorpresas desagradables.
Un “10” para la península de Reykjanes. Los islandeses dicen que esta península, en la que se encuentra Keflavík y su aeropuerto internacional, es como la síntesis de Islandia, ya que aglutina sus distintos tipos de paisaje. Fumarolas, campos de lava, laderas verdes, acantilados, faros… Todos estos elementos tan fotogénicos tienen cabida en este pedacito de la isla. El recorrido se disfruta en coche la mayor parte, pero es de unas pocas horas, así que no resulta cansado ni para el bebé ni para sus padres.
Un «10» para el Museo de la Ciudad (Minjasafn). Este museo al aire libre creo que puede gustar a pequeños y mayores por igual. Lo forman viviendas y objetos que muestran la evolución histórica y cultural de la capital de Islandia de una manera amena y gráfica. Tan gráfica que es posible pisar y adentrarse en las viviendas reales de los islandeses desde la época de la colonización de la isla. ¿Lo malo? El precio elevado de la entrada (1.400 coronas, cerca de 10 euros, cada una). ¿Lo mejor? Los juguetes antiguos. Con algunos se puede jugar.
Un “9” para el Zoo familiar de Reikiavik (Fjölskyldu- og húsdýragarðurinn). Es el zoo con animales de granja de la capital. Tiene amplios espacios y algunos animales están sueltos, lo que hace más cercana la experiencia. Aparte de las vacas y los caballos, merece la pena fijarse en las focas y en los renos que tienen. La entrada incluye acceso a un parque de atracciones para niños más mayores.
Un “7” para la playa de Reikiavik (Nauthólsvík). Sí, en la capital de Islandia hay una playa de arena blanca. Es artificial, pero tiene su gracia acercarse y ver cómo los islandeses se bañan apretados en una poza caliente alargada, mientras los niños pequeños juegan con la arena en bañador. Al vikingo no le desabrigué tanto porque corría vientecillo del norte. El sitio, junto a «la Perla» y un aeródromo, es curioso y el buen rato está asegurado.
Un “6” para el Fiordo de las Ballenas o Hvalfjörður. Bonito y desconocido fiordo, a menos de una hora de Reikiavik, se recorre la mayor parte en coche. Su nombre proviene del gran número de ballenas que podían verse en el fiordo hasta mediados del siglo XX: el fiordo alberga una de las estaciones de caza de ballenas más importantes hasta 1980. En él es posible visitar una de las cascadas más altas de Islandia: Glymur. Eso sí, nosotros ni nos planteamos hacer la ruta a pie hasta ella porque no llevábamos mochila de trekking para transportar al vikingo.
Un “aprobado raspado” para Laundromat. Ya había mencionado este sitio en algunos de los posts anteriores. Es la cafetería-lavandería de moda, la que presume de ser ideal para los niños y lactantes. Al entrar te piden que dejes el carrito aparcado fuera, ya que dentro no hay espacio suficiente para dejarlo (por cierto, algunas madres dejaron al bebé durmiendo en él fuera y debo reconocer que ya no me chocó tanto). El ambiente dentro es agradable y la decoración es muy bonita. Tienen tronas a juego con el mobiliario y en la planta de abajo, aparte de la lavandería propiamente dicha, tienen una sala con colchonetas y juguetes para que los niños jueguen. Todo es ideal hasta el momento de pagar. Los precios, seguramente pensados para los turistas, son un atraco en toda regla. Cerca de 50 euros por dos sándwiches grandes (con sus patatas fritas) y dos pintas de cerveza son un abuso, sean o no bienvenidos los niños.
«Suspenso» para Viðey. Es una islita que está muy cerca de Reikiavik. Los últimos años ha saltado a la fama porque en ella se encuentra el monumento dedicado a la paz de Yoko Ono. La columna de luz no se ve por el día, pero es posible acercarse a la plataforma blanca. Personalmente no recomiendo esta isla con niños muy pequeños. En primer lugar, porque el ferry que te lleva hasta allí no está adaptado para los cochecitos, aunque ellos digan que sí. Nos las vimos y deseamos para saltar del ferry al puerto con el bebé en brazos, y más con el viento que hacía. En segundo lugar, ya en el puerto, hay que atravesar una plataforma en cuesta muy estrecha y poco accesible. En la isla hay solo un restaurante y es carísimo. Los barcos de vuelta parten a horas determinadas, así que hay que tener paciencia.
En el próximo post hablaré de nuestra visita al pediatra en Islandia y cómo un simple detalle puede hacer más llevadero un trámite administrativo. ¡Buen fin de semana!